VALPARAISO EL PUERTO QUE ME HABITA

Un poemario nostálgico y bello

Este singular y mágico paneo entregado ahora por Selva Leda Ponce, recorre en el tiempo y el espacio nuestra bahía y da forma a una mirada de nostalgia y de gozo que bien puede retener las imágenes vitales en un solo cuerpo, como el de estas páginas. Su mirada es clara y bondadosa; siempre lo ha sido y así lo he observado desde los ya lejanos tiempos de la Escuela de Derecho de nuestra ilustre Universidad de Chile en Valparaíso, después fragmentada por los acontecimientos. Este recorrido visual y cordial integra diversas fases de una existencia plena de esfuerzo tanto en lo familiar, profesional y societario que retrata, quiéralo o no, su actitud siempre solidaria hacia sus colegas y cercanos. 
Tal actitud vital se refleja, como consecuencia, en su poesía, esa misma que emerge sobre la verde colina, según nos dice al iniciar el libro. La ciudad, su puerto natal, cobra de tal modo una importancia esencial en su visión del mundo y en su relato: “… Sueños que danzan/ en el bajel del viento y su premura/ a revivir tenaz y en galanura/ el mágico historial con sus albores:/ desde tiempo arcano hasta los fulgores/ del bello mar y nidos en altura”. 
Ese espacio vibra y ella lo destaca como singular y mágico, como fuente primordial del sentimiento y de lo alegre, de la evocación, el amor y la amistad, así como de la inspiración y, por cierto, de la existencia. Por ello, fundamenta su oficio en las palabras de Gabriela Mistral, la poesía es en mí sencillamente un regazo, un sedimento de la infancia sumergida.
Valparaíso, como ciudad, cuelga hacia el océano y conforma una suerte de acantilado sobre un horizonte extendido hacia el infinito. Tal ubicación expone a sus habitantes en las márgenes del continente, frente a lo desconocido y los hace expedicionarios, geógrafos curiosos en la búsqueda del origen, de la causa o del más allá. Aun así, Selva Leda dirige sus pasos y su palabra camino a la propia ciudad; y también hacia ese íntimo ser donde aquella se alza y se refugia en la vaguada y la bruma de estos, los días. De la unión entre lo más profundo y el contorno nace el verso, a veces en octosílabos, para hacerse canción o, al menos, para retumbar sobre paredes, latones y en esquinas camino a las  alturas:  “Suspirantes de oropeles:  /colinas, muros y el viento, /atisban las pinceladas /doradas del firmamento”.
La poeta canta a las flores, escaleras y balcones, al jubiloso amanecer entre cerros y quebradas y crea un paisaje más allá del propio con la suave pincelada del acuarelista y el ojo preciso del fotógrafo, también, con la intención de entregarnos un mundo para ella palpitante como el nuevo día. Esta voz de agradecimiento nos llama al carpe diem, a incitarnos la alegría de vivir; pues tal existencia pasa en el flash del instante; y debemos hacerla nuestra: 
Leda es la alegría y de ella se hace cargo; Selva es el dosel cálido y húmedo desde donde la vida emerge. Nombrada quizá por cual destino, ella acepta este nombre y crea la poesía para dar cuenta de lo anterior ya dicho. Mas, en tal camino interior carece de raíces preferidas y ninguna genealogía, sino más bien el aire que apasionadamente respira -lo vegetal y profundo por ella misma descrita como empeño- le habrá de conmover esencialmente. Porque en Selva Leda lo esencial es el todo de este viaje ocasional y grandioso. Ella es una transeúnte y el puerto, una fantasía para cobijarla en su poética arboladura.
Pero este caminar no lo recorre sola. Le acompañan tras el paisaje los habitantes y sus oficios, el vendedor de tortillas, el turronero y los hombres de mar, de pescador a almirante, entre tantos otros. Así es Leda.
Yo saludo la aparición de este nuevo libro de Selva Leda Ponce no solo por la alegría de recibir la obra reciente de una colega a quien he visto crecer en estos lares, ni tampoco solo por su aporte a nuestra lírica y a nuestra canción; sino también en razón de su bonhomía y su bondad para quienes la rodean. E insto al buen lector a detener el ojo en sus palabras.
 
Juan Cameron
Agosto de 2023

Pintura realizada por Lukas, nieto de la autora

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